un.cuento.que.no.fue ¿o.si?
Si tuviera que contarte un cuento, quizás te contaría aquel que no fue cuento, tampoco verdad.
Te contaría de los peces y las lámparas de las peceras, de los ladridos jamás ladrados por el perro que nunca tuve y las flores del patio que siempre tuve que compartir. Y cuando me caí de la bicicleta y me raspé la rodilla, la mirada de los otros niños señalando mi herida viva e inquieta que estaba dispuesta a realizar su mejor actuación. No...es demasiado trágico, hospitales, puntos que no fueron cocidos, remedios y drama humano al por mayor.
Quizás debería contarte cuando escribí mi primer cuento, sobre unos mapuches y osos que vivían en el bosque y jugaban a existir como personas basado en recortes de la revista Anteojito. Esa letra desastrosa que tenía hasta los 8 años, para luego volver a arruinarla en los tiempos de facultad.
Los poemas eternos que le escribí a Rodolfo, mi vecino, y mi amor platónico de la pre-adolescencia. Escuchar el motor de su auto verde desde el segundo piso de mi departamento me llevaba a pegarme a la ventana y observalo bajar. Sabía todos sus horarios, lo vigilaba, hasta me animé a hablarle, pero no hubo caso. No pertenecía a su mundo y el tampoco al mio. Eso era el amor para mi, la idolatría de una imágen siquiera verdadera de alguien que no conocía. Era el que llenaba páginas y páginas de mis diarios, carpetas y todo papel que se cruzara ante mi lapicera enamorada.
Pero quizás escribí aun más cuando el amor me dolió en el corazón y finalmente pude sentirlo. Eran letras tristísimas, de silencios largos, y lágrimas en forma de verso. Parecían la muerte misma de cada sentido, y sonrisa que quedaba en mi. ¿A quién no le rompieron el corazón y se sintió muerto? Pero no muerto como en un cajón y enterrado, sino muerto de alma, sin razones para sonreir, sin recuerdos a los cuales atesorar, o besos que sacar del cajoncito de la mesa de luz los lunes a la noche, mientras vemos una película de amor. Se siente tanto en esa edad de modo que podríamos escribir tanto que en definitiva no escribimos nada.
¿Será la tristeza lo que más inspira?, la que parece no tener singularidades sino solo una generalidad mortal: la que rebasa el mismo cuerpo y se hace a si misma en un escrito.
En definitiva la mayor inspiración es la vida o aquella vida que queremos que esté viva en nosotros. Ese cuento que parece tan tuyo como mio, el personaje que se mezcla con la leche chocolatada de las cinco de la tarde y las tareas de matemáticas.
Quisera escribir lo que exactamente pasa, pero en el momento en el que la pluma comienza a escribir, ya se esfumó lo verdadero y le dio cabida a la imaginación. Nada es tan feliz como parece o tan triste. Las cosas son sin tanta definición, incitan los sentimientos de maneras tan contradictorias que no podríamos encuadrarlos en una clase específica. Pero queremos hacer un cuento, que diga algo, de alguien en algún lugar.
Quizás Habia una vez, o Era una tarde tranquila cuando... No suplen las palabras lo que realmente quiero decir, a veces, lo cambian, tergiversan o superan. El punto exacto en el que vivo lo que escribo no existe. Quizás la vida sea una obra demasiado compleja que no podemos comprenderla o al revés, tan simple que no podamos, de hecho, verla.
Las letras que salen desde este teclado, por la noche, donde los fantasmas mas temerosos, aquellos que viven en las cabezas nuestras, salen a pasear, intento no detenerlas, que hagan lo suyo, aquello que saben hacer: intentar vivir la vida que no tienen.
El cuento trata sobre la que escribe y su mundo interior, sus personajes, preocupaciones, sentimientos. Es sobre mí y de todos lo que lo leen. Las letras no tienen dueño, solo quieren que le regalemos esa vida y las invitemos a bailar.
¿Bailamos?
Te contaría de los peces y las lámparas de las peceras, de los ladridos jamás ladrados por el perro que nunca tuve y las flores del patio que siempre tuve que compartir. Y cuando me caí de la bicicleta y me raspé la rodilla, la mirada de los otros niños señalando mi herida viva e inquieta que estaba dispuesta a realizar su mejor actuación. No...es demasiado trágico, hospitales, puntos que no fueron cocidos, remedios y drama humano al por mayor.
Quizás debería contarte cuando escribí mi primer cuento, sobre unos mapuches y osos que vivían en el bosque y jugaban a existir como personas basado en recortes de la revista Anteojito. Esa letra desastrosa que tenía hasta los 8 años, para luego volver a arruinarla en los tiempos de facultad.
Los poemas eternos que le escribí a Rodolfo, mi vecino, y mi amor platónico de la pre-adolescencia. Escuchar el motor de su auto verde desde el segundo piso de mi departamento me llevaba a pegarme a la ventana y observalo bajar. Sabía todos sus horarios, lo vigilaba, hasta me animé a hablarle, pero no hubo caso. No pertenecía a su mundo y el tampoco al mio. Eso era el amor para mi, la idolatría de una imágen siquiera verdadera de alguien que no conocía. Era el que llenaba páginas y páginas de mis diarios, carpetas y todo papel que se cruzara ante mi lapicera enamorada.
Pero quizás escribí aun más cuando el amor me dolió en el corazón y finalmente pude sentirlo. Eran letras tristísimas, de silencios largos, y lágrimas en forma de verso. Parecían la muerte misma de cada sentido, y sonrisa que quedaba en mi. ¿A quién no le rompieron el corazón y se sintió muerto? Pero no muerto como en un cajón y enterrado, sino muerto de alma, sin razones para sonreir, sin recuerdos a los cuales atesorar, o besos que sacar del cajoncito de la mesa de luz los lunes a la noche, mientras vemos una película de amor. Se siente tanto en esa edad de modo que podríamos escribir tanto que en definitiva no escribimos nada.
¿Será la tristeza lo que más inspira?, la que parece no tener singularidades sino solo una generalidad mortal: la que rebasa el mismo cuerpo y se hace a si misma en un escrito.
En definitiva la mayor inspiración es la vida o aquella vida que queremos que esté viva en nosotros. Ese cuento que parece tan tuyo como mio, el personaje que se mezcla con la leche chocolatada de las cinco de la tarde y las tareas de matemáticas.
Quisera escribir lo que exactamente pasa, pero en el momento en el que la pluma comienza a escribir, ya se esfumó lo verdadero y le dio cabida a la imaginación. Nada es tan feliz como parece o tan triste. Las cosas son sin tanta definición, incitan los sentimientos de maneras tan contradictorias que no podríamos encuadrarlos en una clase específica. Pero queremos hacer un cuento, que diga algo, de alguien en algún lugar.
Quizás Habia una vez, o Era una tarde tranquila cuando... No suplen las palabras lo que realmente quiero decir, a veces, lo cambian, tergiversan o superan. El punto exacto en el que vivo lo que escribo no existe. Quizás la vida sea una obra demasiado compleja que no podemos comprenderla o al revés, tan simple que no podamos, de hecho, verla.
Las letras que salen desde este teclado, por la noche, donde los fantasmas mas temerosos, aquellos que viven en las cabezas nuestras, salen a pasear, intento no detenerlas, que hagan lo suyo, aquello que saben hacer: intentar vivir la vida que no tienen.
El cuento trata sobre la que escribe y su mundo interior, sus personajes, preocupaciones, sentimientos. Es sobre mí y de todos lo que lo leen. Las letras no tienen dueño, solo quieren que le regalemos esa vida y las invitemos a bailar.
¿Bailamos?
Etiquetas: cuentos, filosofando, inconcluso
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