y.fue.aquel.día
Sentado estaba, cabiz bajo, mirando la copa de agua y su reflejo poco exacto. Su ojo izquierdo parecía más grande, la nariz estaba más corrida hacia la izquierda y la boca era mínima. Encapsulado en el cristal, se preguntó cúal sería el verdadero reflejo, cuál sería la realidad. "Siempre con preguntas filosoficas" se dijo a si mismo, mientras agarraba su abrigo y se lo calzaba para salir de aquel café.
Solía detenerse a mirar lo que nadie miraba, las gotas evaporandose luego de la lluvia por los vidrios, el color de medias de la gente que viaja en el subte, los papeles que se logran ver detrás de los que están pegados en la pared, esa tendencia, casi maniática, de mirar hacia abajo y encontrarse todo tipo de cosas: un cortaplumas, un soldadito de juguete todo despintado, el taco de un zapato, papeles miles, monedas, y tanta vida tirada entre las baldozas escurriendose como barro de alguna tormenta pasada.
Caminaba, y pensaba que todo acontece ahora en este mismisimo instante mientras está caminando, mientras piensa, respira, piensa, camina, respira. Algo más está pasando, de algo se está perdiendo. Hay besos que nunca le dará a aquella mujer que cruza la calle junto a él, tampoco trabajará en aquel negocio de la esquina, ni se sentará a escribir algunos versos en el banco de aquella plaza, tan solo hará esto que está haciendo. Nada más.
Pero ¿por qué?, se preguntaba enojado con el dueño de las respuestas, si es que hay tal cosa. Algo le decía que si tuviera todo eso, estaría seguro de no tener estas cosas que tiene ahora. Así hasta terminar ( o comenzar infinitamente) en un círculo vicioso.
Los autos siguen sus rumbos, hay cuerpos que se cruzan, van y vienen, se detienen un momento, y vuelven a machar, como soldados que jamás se cansan.
Seguía caminando, quería encontrarle el sentido a sus pensamientos, arremeter contra algún cuerpo vivo y decirle: ¡entre nosotros está la historia, no ves que se está esfumando y vos seguís caminando como si nada!, pero seguro pensarían que estaba loco, que no sabía lo que decía.
Enojado con él mismo, y sus estúpidos pensamientos a estas alturas, retornaba a su estado natural, perdiendose en los detalles que siempre lo acompañan, rumiando tantas palabras deseosas de ser dichas, pero calladas, censuradas por falta de receptores.
Se sentía como lanzado entre millones de posibilidades y tenía que elegir una sola, aquella que lo acompañaría durante todo el camino. "Elegir, elegir y elegir, siempre lo mismo" refunfuñeaba pateando quien sabe que piedra de su trayecto.
De repente algo se estrelló duramente contra su cuerpo, sintió un ruido ensordecedor, como un hueso roto o un músculo razgado. Se tocó distintas partes del cuerpo, pero todo estaba en su lugar. "Qué extraño" pensó "pero dicen que cosas extrañas le pasan a las personas extrañas". Dichos populares que no tienen sustento cientifico pero sirven para salvar cualquier momento de incomodiad semiótica entre las personas. A pesar de tener todo un lenguaje ( o varios) para comunicarse de tantas cosas eligen hablar de lo mismo todos los días: el clima, la noticia del momento, el problema más reciente del barrio, la salud de los miembros de la familia o de la persona en si misma, etc. Los mismos temas, las mismas respuestas, tanto para decir, y tan poco dicho. Paradojas del ser humano que va como una pluma flameante, inconscistente, frágil cayéndose sin saber su rumbo para terminar en tierra firme donde yacerá para siempre y ya no tendrá más opción.
Algo habia pasado, de eso estaba seguro, entonces decidió averiguarlo de inmediato, darle sentido a aquel día un tanto gris tan parecido al anterior, y al anterior y al anterior.
Intentó parar un taxi, pero este no se detuvo. "Nunca paran cuando uno los necesita" vociferó como enojado y decidió seguir a pie, no eran tantas cuadras.
Dio la vuelta por Sur y 34 y vió la puerta de la casa de Martín. Recordó que allí vivía, y hacía tanto tiempo que no lo veía. Tocó el timbre, nadie antendió, le pareció raro, pero supuso que por la hora estaría trabajando.
Entró a un café, nadie lo atendió, le pareció bastante descortés del mozo, mirarlo a los ojos y esquivarlo. Se levantó indignado, "semejante insolencia, qué se cree, si en definitiva es su trabajo" hablaba solo ( como siempre).
Volvió al mundo, caminó y caminó como de costumbre. Le preguntó la hora a una señora que leía en la plaza de enfrente de su edificio, y está ni siquiera se inmutó ante su pregunta.
"Qué grosera está la gente hoy, no puede ser" dijo en voz alta a ver si alguien lo acompañaba con alguna palabra o gesto, pero nada. Se sentó en un banco e intentó digerir lo que estaba pasando, y lo interrumpió una niña:
- ¿Desearía comprar una flor?
- Finalmente alguien decide decir algo
La niña lo miró sorprendida, tenía una mirada triste, la ropa gastada, y las manos sucias.
-Pues ¿quiere comprar o no?
-Está bien, ¿cuánto es?
- un peso
-Tomá, quedate con el cambio.
-Gracias.
Comenzó, la niña, a alejarse y le gritó:
- Te olvidás la bolsa de flores.
-No, seguro que la va a necesitar.
Confundido agarró las flores y se dispuso a caminar la media cuadra que faltaba hasta llegar a su departamento, abrió la puerta de entrada, subió hasta el primer piso, puso la llave en la cerradura y esta estaba abierta.
Entró con cuidado, dejó el ramo de flores en la entrada, se escondió tras la puerta del armario que estaba junto a la entrada.
Allí estaba su madre, ¿pero qué hacía allí, por qué habia entrado sin su permiso?
Ella lloraba desconsoladamente mientras doblaba una camisa de él y la ponía en una valija. ¿Qué está haciendo? Dios! Fué a su encuentro, no podía soportar verla llorar de esa forma, se le estrujó el pecho y le habló.
Ella seguía llorando como si nada, le gritó, la tocó, hasta la pateó y nada.
¿Cómo podía ser? ¿ qué estaba pasando? ya se esta pasando de la línea de lo normal- pensaba desesperado.
-Si es una broma es de muy mal gusto, basta mamá- le dijo entre enojado, desesperado y con la voz quebrada.
No habia respuestas, fue hasta el baño a mojarse un poco la cara, no podía creer lo que estaba pasando. Sus manos llenas de agua se estrellaron contra sus ojos y levantó la vista hacia el espejo, luego de unos minutos de no-conciencia, descubrió la verdad: no habia reflejo, no habia nada.
Siguió a su madre y junto a una tumba que decía su nombre dejó las flores. Se echó a caminar como lo habia hecho todo los otros días anteriores.
"Ahora soy tan libre que soy esclavo de la eternidad" dijo, mientras las lágrimas brotaban de sus mejillas.
Solía detenerse a mirar lo que nadie miraba, las gotas evaporandose luego de la lluvia por los vidrios, el color de medias de la gente que viaja en el subte, los papeles que se logran ver detrás de los que están pegados en la pared, esa tendencia, casi maniática, de mirar hacia abajo y encontrarse todo tipo de cosas: un cortaplumas, un soldadito de juguete todo despintado, el taco de un zapato, papeles miles, monedas, y tanta vida tirada entre las baldozas escurriendose como barro de alguna tormenta pasada.
Caminaba, y pensaba que todo acontece ahora en este mismisimo instante mientras está caminando, mientras piensa, respira, piensa, camina, respira. Algo más está pasando, de algo se está perdiendo. Hay besos que nunca le dará a aquella mujer que cruza la calle junto a él, tampoco trabajará en aquel negocio de la esquina, ni se sentará a escribir algunos versos en el banco de aquella plaza, tan solo hará esto que está haciendo. Nada más.
Pero ¿por qué?, se preguntaba enojado con el dueño de las respuestas, si es que hay tal cosa. Algo le decía que si tuviera todo eso, estaría seguro de no tener estas cosas que tiene ahora. Así hasta terminar ( o comenzar infinitamente) en un círculo vicioso.
Los autos siguen sus rumbos, hay cuerpos que se cruzan, van y vienen, se detienen un momento, y vuelven a machar, como soldados que jamás se cansan.
Seguía caminando, quería encontrarle el sentido a sus pensamientos, arremeter contra algún cuerpo vivo y decirle: ¡entre nosotros está la historia, no ves que se está esfumando y vos seguís caminando como si nada!, pero seguro pensarían que estaba loco, que no sabía lo que decía.
Enojado con él mismo, y sus estúpidos pensamientos a estas alturas, retornaba a su estado natural, perdiendose en los detalles que siempre lo acompañan, rumiando tantas palabras deseosas de ser dichas, pero calladas, censuradas por falta de receptores.
Se sentía como lanzado entre millones de posibilidades y tenía que elegir una sola, aquella que lo acompañaría durante todo el camino. "Elegir, elegir y elegir, siempre lo mismo" refunfuñeaba pateando quien sabe que piedra de su trayecto.
De repente algo se estrelló duramente contra su cuerpo, sintió un ruido ensordecedor, como un hueso roto o un músculo razgado. Se tocó distintas partes del cuerpo, pero todo estaba en su lugar. "Qué extraño" pensó "pero dicen que cosas extrañas le pasan a las personas extrañas". Dichos populares que no tienen sustento cientifico pero sirven para salvar cualquier momento de incomodiad semiótica entre las personas. A pesar de tener todo un lenguaje ( o varios) para comunicarse de tantas cosas eligen hablar de lo mismo todos los días: el clima, la noticia del momento, el problema más reciente del barrio, la salud de los miembros de la familia o de la persona en si misma, etc. Los mismos temas, las mismas respuestas, tanto para decir, y tan poco dicho. Paradojas del ser humano que va como una pluma flameante, inconscistente, frágil cayéndose sin saber su rumbo para terminar en tierra firme donde yacerá para siempre y ya no tendrá más opción.
Algo habia pasado, de eso estaba seguro, entonces decidió averiguarlo de inmediato, darle sentido a aquel día un tanto gris tan parecido al anterior, y al anterior y al anterior.
Intentó parar un taxi, pero este no se detuvo. "Nunca paran cuando uno los necesita" vociferó como enojado y decidió seguir a pie, no eran tantas cuadras.
Dio la vuelta por Sur y 34 y vió la puerta de la casa de Martín. Recordó que allí vivía, y hacía tanto tiempo que no lo veía. Tocó el timbre, nadie antendió, le pareció raro, pero supuso que por la hora estaría trabajando.
Entró a un café, nadie lo atendió, le pareció bastante descortés del mozo, mirarlo a los ojos y esquivarlo. Se levantó indignado, "semejante insolencia, qué se cree, si en definitiva es su trabajo" hablaba solo ( como siempre).
Volvió al mundo, caminó y caminó como de costumbre. Le preguntó la hora a una señora que leía en la plaza de enfrente de su edificio, y está ni siquiera se inmutó ante su pregunta.
"Qué grosera está la gente hoy, no puede ser" dijo en voz alta a ver si alguien lo acompañaba con alguna palabra o gesto, pero nada. Se sentó en un banco e intentó digerir lo que estaba pasando, y lo interrumpió una niña:
- ¿Desearía comprar una flor?
- Finalmente alguien decide decir algo
La niña lo miró sorprendida, tenía una mirada triste, la ropa gastada, y las manos sucias.
-Pues ¿quiere comprar o no?
-Está bien, ¿cuánto es?
- un peso
-Tomá, quedate con el cambio.
-Gracias.
Comenzó, la niña, a alejarse y le gritó:
- Te olvidás la bolsa de flores.
-No, seguro que la va a necesitar.
Confundido agarró las flores y se dispuso a caminar la media cuadra que faltaba hasta llegar a su departamento, abrió la puerta de entrada, subió hasta el primer piso, puso la llave en la cerradura y esta estaba abierta.
Entró con cuidado, dejó el ramo de flores en la entrada, se escondió tras la puerta del armario que estaba junto a la entrada.
Allí estaba su madre, ¿pero qué hacía allí, por qué habia entrado sin su permiso?
Ella lloraba desconsoladamente mientras doblaba una camisa de él y la ponía en una valija. ¿Qué está haciendo? Dios! Fué a su encuentro, no podía soportar verla llorar de esa forma, se le estrujó el pecho y le habló.
Ella seguía llorando como si nada, le gritó, la tocó, hasta la pateó y nada.
¿Cómo podía ser? ¿ qué estaba pasando? ya se esta pasando de la línea de lo normal- pensaba desesperado.
-Si es una broma es de muy mal gusto, basta mamá- le dijo entre enojado, desesperado y con la voz quebrada.
No habia respuestas, fue hasta el baño a mojarse un poco la cara, no podía creer lo que estaba pasando. Sus manos llenas de agua se estrellaron contra sus ojos y levantó la vista hacia el espejo, luego de unos minutos de no-conciencia, descubrió la verdad: no habia reflejo, no habia nada.
Siguió a su madre y junto a una tumba que decía su nombre dejó las flores. Se echó a caminar como lo habia hecho todo los otros días anteriores.
"Ahora soy tan libre que soy esclavo de la eternidad" dijo, mientras las lágrimas brotaban de sus mejillas.
Etiquetas: cuentos
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