renacimiento
Detrás del manto de neblina se esconde una ciudad que aguarda, silenciosa, al sol para que la descubra.
Las noches son espesas, siento que la neblina se estuvo metiendo en mi cama todo este tiempo y yo estuve escapando el hecho de enfrentarla y descubrir mis propias luces.
Fue así, como aquella noche, desperté y no podía ver nada, aquel velo que me cubría era grisaceo y mojado. Nunca me habia pasado algo asi, no se necesitaban los ojos para esta hazaña... sino el corazón.
Me levanté descalza y mis pies se empaparon. Estaba segura que algo tenía que encontrar en el balcón, un consuelo a mi meteorología o un pasaje de ida al loquero.
Pero ni la luna estaba, la noche era oscura al igual que todo mi alrededor... no habia nada más que niebla y más niebla.
El interior y el exterior eran exactamente lo mismo.
Volví a entrar, respirando humedad y calor sin sentido, mientras me dejaba arropar por sus garras mortales en un sueño que no se cuando terminaría, comenzó a nevar, si... a nevar; justo dentro de este reducido espacio interno.
Sentí como, poco a poco, mis pies se congelaban y el color de mis manos se iba tornando azul. Todo era tan blanco que me me lloraban los ojos; mi cuerpo también nevaba lágrimas de dolor.
Los labios estaban rígidos, habian perdido su color vivo y se mimetizaban con su entorno; el cabello amenazaba la perfección de cualquier estatua de marmol, estaba intacto en una forma de movimiento pero quieto, cada una de sus hebras se erguía en aquel espectáculo único.
Eso era... una estatua que contemplaba como el invierno riguroso se carcomía mi propio cuerpo.
En mi interior yo gritaba, lloraba, pataleaba, pero nadie podía escucharme. Quizás el manto de neblina o las pilas de nieve hasta la rodilla no permitían que me expresara libremente. Mi voz estaba hecha copo de nieve en algún lugar, mis ojos cristalizados como los de una muñequeca y mis manos habian perdido cualquier tipo de articulación.
De a poco el frio ya no fue un problema, me habia acostumbrado a aquella llama de fuego que me quemaba toda la carne. Empezó a preocuparme como me iba apagando, como si cada sentido se quedara dormido y aunque todas mis fuerzas interiores quisieran despertarlos, ¡no podía!.
Era una impotencia tan grande... me moría de a poquito... en una situación extremadamente extraña.
El corazón latía despacito, cada vez, con mayor dificultad, pero no se rendía. Era el único que escuchaba mi súplica de auxilio.
-No te rindas... mi fiel compañero... hemos salido de peores- le decía desesperada.
y se rindió... lo entiendo... no puedo resistir el peso de toda una vida recaida en su única responsabilidad. Peleo hasta el último, ¡si que dió batalla!
Lo más extraño, de lo extraño... es que yo seguía sintiendo cosas, recuperando recuerdos, aferrandome a una vida que estaba segura ERA MIA y no quería que se me fuera sacada así como así, en circunstancias poco racionales.
La pelea era interior, existencial, épica... entre el final y el comienzo... entre el todo y la nada... No podría precisar cuanto tiempo duró aquella batalla. Finalmente el silencio fue silencio, y todo se unió en un solo punto infinitamente pequeño.
Un llanto me despertó, como el de un niño recién nacido...
Me incorporé en mis espaldas: lloré por aquella que habia quedado atrás, por el dolor que me habia causado pero también sonrei por este nuevo nacimiento y el olor a vida nueva.
Las noches son espesas, siento que la neblina se estuvo metiendo en mi cama todo este tiempo y yo estuve escapando el hecho de enfrentarla y descubrir mis propias luces.
Fue así, como aquella noche, desperté y no podía ver nada, aquel velo que me cubría era grisaceo y mojado. Nunca me habia pasado algo asi, no se necesitaban los ojos para esta hazaña... sino el corazón.
Me levanté descalza y mis pies se empaparon. Estaba segura que algo tenía que encontrar en el balcón, un consuelo a mi meteorología o un pasaje de ida al loquero.
Pero ni la luna estaba, la noche era oscura al igual que todo mi alrededor... no habia nada más que niebla y más niebla.
El interior y el exterior eran exactamente lo mismo.
Volví a entrar, respirando humedad y calor sin sentido, mientras me dejaba arropar por sus garras mortales en un sueño que no se cuando terminaría, comenzó a nevar, si... a nevar; justo dentro de este reducido espacio interno.
Sentí como, poco a poco, mis pies se congelaban y el color de mis manos se iba tornando azul. Todo era tan blanco que me me lloraban los ojos; mi cuerpo también nevaba lágrimas de dolor.
Los labios estaban rígidos, habian perdido su color vivo y se mimetizaban con su entorno; el cabello amenazaba la perfección de cualquier estatua de marmol, estaba intacto en una forma de movimiento pero quieto, cada una de sus hebras se erguía en aquel espectáculo único.
Eso era... una estatua que contemplaba como el invierno riguroso se carcomía mi propio cuerpo.
En mi interior yo gritaba, lloraba, pataleaba, pero nadie podía escucharme. Quizás el manto de neblina o las pilas de nieve hasta la rodilla no permitían que me expresara libremente. Mi voz estaba hecha copo de nieve en algún lugar, mis ojos cristalizados como los de una muñequeca y mis manos habian perdido cualquier tipo de articulación.
De a poco el frio ya no fue un problema, me habia acostumbrado a aquella llama de fuego que me quemaba toda la carne. Empezó a preocuparme como me iba apagando, como si cada sentido se quedara dormido y aunque todas mis fuerzas interiores quisieran despertarlos, ¡no podía!.
Era una impotencia tan grande... me moría de a poquito... en una situación extremadamente extraña.
El corazón latía despacito, cada vez, con mayor dificultad, pero no se rendía. Era el único que escuchaba mi súplica de auxilio.
-No te rindas... mi fiel compañero... hemos salido de peores- le decía desesperada.
y se rindió... lo entiendo... no puedo resistir el peso de toda una vida recaida en su única responsabilidad. Peleo hasta el último, ¡si que dió batalla!
Lo más extraño, de lo extraño... es que yo seguía sintiendo cosas, recuperando recuerdos, aferrandome a una vida que estaba segura ERA MIA y no quería que se me fuera sacada así como así, en circunstancias poco racionales.
La pelea era interior, existencial, épica... entre el final y el comienzo... entre el todo y la nada... No podría precisar cuanto tiempo duró aquella batalla. Finalmente el silencio fue silencio, y todo se unió en un solo punto infinitamente pequeño.
Un llanto me despertó, como el de un niño recién nacido...
Me incorporé en mis espaldas: lloré por aquella que habia quedado atrás, por el dolor que me habia causado pero también sonrei por este nuevo nacimiento y el olor a vida nueva.
Etiquetas: personalisimos, prosa poética, vida nueva
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