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gracias.a.vos.alicia

Caminaba tranquilo por la avenida como cualquiera de esos días en los que los zapatos siguen siendo zapatos y no alas, donde cada una de las realidades parecen ser lo que son, descansan. Pero ese día un manto de agua cubrió la ciudad y la dejó totalmente empapada. Fue como un estornudo de agua dulce seguido por un buen resfrio, una ventana abierta, un abrir y cerrar de ojos y zas estás todo mojado. El cielo no tenía consuelo y descargaba todas sus tristezas sobre las calles que, como podían le prestaban todos sus pañuelos. Estaba desconsolada, de eso no hay duda. Vaya a saber uno quien le habría roto el corazón a esta enormidad de cielo.

Flotaban por las aguas cada uno de los objetos que suelen encontrarse muy bien sujetados al suelo, aferrados a su estado natural de quietud absoluta. Nada se salvaba de aquella Venecia, ahogados, los bancos, aprendías el arte de caminar. Sin embargo no todos lo tomaban de modo divertido. Los que si caminan andaban asustados, maldiciendo a los siete vientos aquella agua que se les metía hasta por las orejas.

Los afortunados que permanecieron en sus casas, veían hororrizados, desde las ventanas ese espectáculo. No faltaban las ancianas rezando, los entendidos explicando el fenómeno del calentamiento global y el fin del mundo, hasta los mísitcos con las maldiciones de Dios y el pecado original. Pero lo cierto es que, al fin y al cabo, nadie se salvaba de esa buena mojadita.

Yo me habia refugiado en única ferretería del barrio. Don Guzmán se metía cuanta tuerca encontraba en el bolsillo y lloraba (o quizás ya la lluvia le estaba empapando la cara) Mi problema era el de la mayoría, me encontraba sin paraguas ni piloto o cualquier accesorio para la lluvia. Nadie habia anunciado lluvia esta mañana en el canal del tiempo, cuando me dispuse a inaugurar un nuevo día labora. Aunque el clima suele ser una de esas materias que muchos meteorólogos se llevaron a marzo.

Cuando la vitrina todavía nos defendía ( a mí y a todos los "sin patria") se veía un río desbarrancado de ramas, hojas y basura. Cada árbol estaba totalmente desnudo, con las manos lastimadas y rotas mostraba su verguenza agachando la cabeza. Todas las luces se habían apagado, el único ruido protagonista era el de la lluvia, ¡qué sinfonía hermosísima escuchar del agua corriendo! Mientras no te esté entrando por las boras de los zapatos, mojandote la rodilla y acariciandote el cuello. Qué corta parece la distancia hacia arriba cuando nuestras narices tocan su final y algo desde abajo presiona con fuerza hasta romper ese límite también.

Salir despedido por los cielos pudo haber sido el fin de muchos que se atornillaban a alguna costumbre o religión. Pero yo, hombre de libre calibre, caí como una gota más en esa masa enorme de agua. El golpe fue como una cachetada mojada, un corte finísimo en mi incorruptible cachete. Panzazo le decían cuando éramos chicos. Ahora yo diría que fue una vida más que me vendrán a cobrar en la próxima factura de ¿agua?.
Cuando finalmente pude recomponer mi conciencia y acostumbrarme a los pececitos que se habían instalado entre mis neuronas, me dí cuenta que el paisaje era oceanográficamente aterrador. Habría unos dos metros de agua y cientos de gritos, auxilios, luchadores, predicadores, ideadores, aletargados, muertos. Toda una sociedad de, ahora convertidos, en peces, que deberían sobrevivir sin esos dos piecitos y el peso de la gravedad. Cierto que más de uno estaría contento, quizás hasta sería un alivio, pero no era mi caso, ni el de la mayoría. El agua estaba fría y todo era una amenaza. Una bicileta puede parecer inofensiva, pero a 20 km por hora corriendo (nadando) directo hacia tu dirección y sin jinite al cual insultar, puedo asegurar que no es muy reconfortante.

Tenía un zapato menos, la cara ensangrentada, las piernas golpeadas, y un cansancio de varias noches sin dormir luego de una larga fiesta. En ese momento no podía entender como todavía me mantenía a flote y seguía nadando por quien sabe qué lugar. Aunque no era cualquier lugar, al menos no hasta que ví el techo de los Juarez, imposible de no reconocer, con aquel ridículo gallo en su punta y la aguja, ahora peligrosa marcando directamente hacia mi, como si me llamara.

Nadé con todas mis fuerzas hasta allí, salmón en pecera de tiburones. Cuando finalmente el gallo y yo nos reconocimos, la aguja inmediatamente marcó el rumbo hacia adelante y yo instintivamente miré hacia esa dirección.

Ahi estaba una niña llorando desesperada mientras se mantenía flotando de milagro, supongo. Fuí a su encuentro e intenté agarrarle la mano y tranquilizarla. Pero no quería moverse, sus piecitos se movían rápidamente, como si ya se hubiera adaptado a su nuevo estado de pez. Entre lágrimas y pataleos decía haber perdido a su madre. Yo le explicaba, aunque ni yo entiendo por qué se lo dije, que no era seguro quedarse allí. En cualquier momento vendría más agua y nos arrastraría como sedimentos naturales hacía quien sabe qué océano.
No habia caso seguía llorando y manteníendose a flote dando alaridos que se confundían con los truenos. Por momentos dudaba si lloraba, o si la lluvia cayendo la acunaba en un canto maternal.

No sabía que hacer, no podía dejarla allí. Estaba empezando a sentir el miedo que comienza por unos pies entumecidos y termina en el suicidio. Me sudaban la manos (no sé cómo podía notarlo) y la noche comenzaba a razgar aquel cielo descorazonado. Quise por un instante dejarme estar, realentizar los aleteos, sentir como el agua rellenaba todo mi cuerpo (que paradógicamente es de agua) y ser uno más del desfile de muertos. Pero nunca había deseado morir ahogado, era algo que me desagradaba y no podía dejar que decidieran mi propia muerte, ah no, eso no.

De un momento a otro me encontré haciendo guardia, como si la princesa se hubiera perdido y sólo le quedara su guardaespaldas.
Hacía la plancha para no cansarme (y no aburrirme) aquel sonido estaba empezando a darme sueño y entonces le hablaba a mi protegida. Ella no parecía escuchar, estaba sumida en su súplica y me ignoraba. No creo que lo hiciera a propósito, simplemente era su forma de desviar el foco de atención hacia algo más agradable que estar prácticamente sumergidos en el agua.
Cada tanto trataba de hacerla reír, metía la cabeza bajo el agua y sacaba los pies los cuales aplaudían como los de una foca. Sin mis ojos, podía percibir una pequeña sonrisa, un cierto agradecimiento por no dejarla llorar sola. Reconozco que también hacia estas monerías para descansar de sus gritos y el sonido de la lluvia golpeando con el agua, como si miles de agujas se cayeran al piso y por momento parece simpático, pero si siguen cayendo ya empiezan a pinchar y a sonar cada vez más fuerte.

En eso, con agua saliendo y entrando por todos mis orificios, le pedí que me dijera su nombre al menos. Sin esperar ninguna respuesta me sorprendió entre sus hipos y sollozos un: Alicia.
Me reí, no pude evitarlo. Y cuando lo hice dí una vuelta entera. "Como el cuento" dije en voz alta. Ella me miró asustada y prosiguió su ya conocido ritual.
Era evidente que una niña de cinco años jamás habría leído Alicia en el País de las Maravillas, por eso mi comentario le habría parecido extraño y sin sentido.

Yo me llamo Eduardo y le estiré la mano, en esos gestos tan aprendidos que no pueden ya acomodarse a las situaciones reales. Ella miró mi mano, como con asco, y miró para otro lado. La flecha del gallo marcaba ese mismo lugar en dónde estabamos, no se había movido ni un milímetro.

-Bueno Alicia, decíme algo, no voy a poder ayudarte si por lo menos no me decís a dónde vivís. Su pequeño dedito todo arrugado y con la piel empezando a levantarse señaló hacía la derecha.
Miré hacía allí como si fuera a marcarme el lugar exacto de su casa, pero lamentablemente no quedaba mucho de las casas a la vista, era Atlántida recomenzando su largo camino hacia el fondo del mar.

No era uno de esos mejores momentos para pensar, la suepervivencia suele nublar cualquier reflexión y se me hacía muy difícil enfocar mis pensamientos claramente. Trataba de recordar los niños que vivían en este barrio: "Seguramente la señora Alvarez no podía ser, sus hijos ya estaban grandes y hacía mucho que habian dejado de corretear por las calles. Los Soto tenían nietos, pero sólo venían en las vacaciones de verano porque vivían en Entre Ríos. "
Seguía visitando una a una las puertas de por lo menos 5 cuadras a la redonda en mi recordado barrio, y no podía encontrarle el hogar de esta pequeña. Tampoco podía recordara su cara, de haber tropezado con su bicicleta o haberla visto con otros niños jugando a la escondida.

Interrumpí el cuadro del recuerdo y pregunté abruptamente: -Alicia, ¿vos no sos del barrio? ¿no es cierto?
Levanto los hombros y tuve ganas de abofetearla. Qué niña más malcriada, no podía ayudarme en nada, algo tenía que saber, tanto mami, mami, alguna otra palabra tenía que haber aprendido. No tenía la más pálida idea de como una niña de cinco años habia venido a parar a este lugar, entre el gallo y yo.

La niña seguía llorando, como de costumbre. Y mi paciencia estaba rebalsandose al igual que el agua que cada vez subía más.
Estaba exhausto, hacía dos horas que aleteaba como el pez que no soy y no podía soportarlo más. Suerte la mía, un árbol estaba a unos pocos metros, y como una rama caída dejé llevarme por unos segundos hasta que me colgué de las pocas ramas que le quedaban al pobre.

-Vamos Alicia, no llores más, vení hasta aqui- le grité. Sé que esto estará mal visto, como iba a abandonarla allí, no iba a poder dominar la corriente y se la iba a llevar. Qué malvado. Pero deberán entender mi desesperación, sus gritos, su falta de cooperación, la lluvia, el frío, y los mil y un infiernos... era demasiado para un pobre hombre como yo.
Para mi sorpresa y la de ustedes seguramente, se deslizó como una hoja recien caída hacia donde estaba y la abracé muy fuerte. El gallo nos seguía era nuestra principal espectador. Enorme lágrimas se deslizaban en sus impecables mejillas y sus ojos azules parecían los de una muñeca de porcelana. Se las secaba con la mano y la acunaba en mi pecho. Aunque lloraba, me contó de su madre durmiendo la siesta, ella jugando junto a un árbol y grandes aventuras dignas de la mente de una niña de 5 años.

Me limité a escucharla, qué más podía hacer, le hacía bien jugar a haber vivido aquellas cosas. No entendía por qué luego de tales grandes alegrías estaba llorando, porque justamente ahora extrañaba a su madre cuando antes había estado tan bien haciendo sus travesuras. Sería el mismo miedo que tenía yo, aquel que también me daba ganas de gritarlo con la plabra mamá y salir corriendo (bueno, ustedes entienden) a un lugar seco y seguro.

-No tengas miedo, vas a ver que en un rato va a parar, no puede llover por siempre. Después e la lluvia siempre sale el sol - repetí poco convencido.
Alicia tampoco pareció gustarle mi dicho y rompió en su llanto que ya era como su forma de hablar.

Sus labios temblaban y se tornaban azulados, seguramente los míos también. Por ello la agarré de la cintura y como un canguro llevando a su cría, la llevé hasta mi casa, situada a pocos metros de allí, o lo que quedaba de ella.
La niña pataleaba y me razguñaba, no quería salirse de aquel radio secretamente estipulado. El gallo no nos seguía. No sabía que pensar, quizás estaba haciendo mal y estaba llevandonos a una muerte segura. Qué perdíamos, a esta altura, no había muchas opciones más.

Llegamos con mucho esfuerzo a la puerta de mi casa, la cual, por razones obvias no pude abrir por la presión del agua ejercida desde dentro. Rompí una ventana lateral, esperamos que la cascada de agua se precipitara hacia el exterior y entramos con cuidado. El primer piso estaba todo inundado, asique tuvimos que nadar por las escaleras y refugiarnos en la azotea, único territorio seco libre de agua. Qué paradógico, pensaba, siempre le tenemos miedo a las azoteas y sótanos y suelen ser el único lugar seguro dónde podemos quedarnos en situaciones límite. ¿De dónde vendrá el miedo? Quizás nos recuerden los extremos que solemos evitar en la laguna tranquila de la rutina. Aquel espacio donde albergamos lo que queremos olvidar, y ocultamos con polvo. El medio, lo tibio, los colores pasteles, tan cobardes.

El techo era demasiado bajo y yo tenía que estar agachado para poder entrar. Para qué construir un espacio más grande, si se trataba de un depósito de objetos en desuso.
Alicia ahora pataleaba, ahora contra el piso. Sus dos manos y sus dos pies bailaban en forma horizontal contra la madera. Seguramente se estaría golpeando, pero no parecía importarle en absoluto. Volvímos al ¡¡Mamá, mamá, mamá.!! y no podía calmarla.
Qué niña más insoportable, debería haberla dejado dónde estaba. quién me manda a hacerme el salvador de almas, si nisiquiera puedo hacerme cargo de mi mismo.

El agua seguía subiendo. Se asomaba tímida por los bordes de la puerta, comenzaba a llenar aquel cerrado lugar, y me daba cuenta que mi idea habia sido más que pésima.
Por arte de mágia, como en las películas, encontré un acha en la primera mirada fulminante que le hice al lugar (como sino fuera mi propia casa) e intantáneamente empecé a romper el techo de madera (para nuestra suerte) para salir de allí.

Era muy difcíl golpear, ya que no podía utilizar todo mi cuerpo. De momentos no diferenciaba entre el techo y mi propia cabeza. Era un esfuerzo más que humano, divino, satánico para salir de esa trampa. Alicia seguía llorando, ahora salpicando con agua todo el lugar.
Luego de una hora, o algo así como laaargo, logré hacer un agujero donde cabríamos con suerte. La lluvia entraba nuevamente al lugar y mojaba nuestras ropas, que habían empezado a secarse.
Agarré a Alicia y salimos al techo. Sólo se veían otros techos y el gallo mirándonos fijamente. Uff me ponía la piel de gallina aquella flecha inquisidora y esta niña en su ataque de histeria. Un buen sopapo le vendría bien, lástima que no es mi hija, y jamás podría levantarle la mano a una mujer, me decía para mis adentros.

Ya no sabía que hacer, era cuestión de horas que estaríamos de nuevo en el agua y en otro par de horas nos cansaríamos de nadar, por falta de energía, y moriríamos. ¿Para que alargarlo más? pensaba. Cuándo en medio de toda esa desesperanza tan gris como el exterior recordé aquel baúl en la azotea dónde guardaba diferente cosas, quizás podríamos usarlo de canoa o algo.
Bajé nuevamente y le dí instrucciones expresas a la niña para que se quedara allí. Evidentemente le tenía miedo a las alturas y sólo por eso se quedó quietita pero llorona, como siempre.
"Cómo hace para llorar tanto, yo no puedo, al menos luego de un rato me duelen tanto los músculos que por el dolor mismo tengo que parar", pensaba y revolvía entre esos cachivaches juntados por años de porquerías varias.

Mientras sacaba todo me topé con aquel libro del cuál me había reído al conocer a Alicia en este contexto. No podía ser casual, las casualidades no existen. Entonces me asombró tenerlo, estaba bastante destruído, era uno de mis libros favoritos de niño y lo habia releído montones de veces. Es más, me reprochaba a mi mismo haberlo tirado en ese baúl de los recuerdos perdidos. Lo atraje contra mi pecho y pensé en llevarlo para leerselo a la tocaya de la histora, quizás así se tranquilizaría.

Cuándo llegué arriba, había olvidado la idea del baúl, como si aquel libro nos fuera a sacar de allí con palabras que formarían una canoa o que escribirían un sol junto con un desague de bañadera.
Alicia estaba sentada como indio, llorando a más no poder, el cielo estaba cada vez más negros, rayos, truenos, y más agua.
-Mirá- y moví el libro como si tuviera vida propia delante de sus ojos de vidrio coloradísimos.
Ella hizo un silencio increíble y pareció enmudecer hasta el latir de mi propio corazón.

-Este es el libro dónde el personaje principal se llama Alicia, como vos. ¿Querés que te lea un poco?
Asintió con la cabeza y comencé a leerlo. No podía creer que después de todos los esfuerzos que habia hecho para tratar de mantenernos vivos un libro pudiera atraerle su atención y abstraerla de su más preciado deseo: lo que todos ya sabemos.
Su entusiasmo crecía con la velocidad del conejo blanco corriendo por los troncos de los árboles que llevaban a mundos fantásticos. Estuvimos en ese mundo por horas. No tuvimos que preocuparnos por la comida, no teníamos hambra ni frío ni nada. Estábamos en un éxtasis de tréboles y naipes dictadores.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, lo único que puedo recordar es despertarme con el sonido del despertador a las ocho de la mañana, como todos los días, con los anteojos puestos y la última página sin leer de aquel libro entre mis manos.
La leí por supuesto y al final habia una leyendo que decía: Gracias y una sonrisa :)

Sonreí y afuera llovía a cántaros. Me asomé por la ventana y ví que el gallo señalaba hacía mi dirección y mi vecino decía: Se viene una linda tormentita.
Yo, no quería desanimarlo, pero le dije: si, no sabe, una de aquellas.
Me miró asombrado, el pobre hombre habrá pensado que tuve un mal sueño pero al contrario.

Gracias a vos Alicia.

Etiquetas: cuentos

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      ¿Por qué persistes, incesante espejo?/ ¿Por qué duplicas, misterioso hermano,/ el movimiento de mi mano?/ ¿Por qué en la sombra el súbito reflejo?// Eres el otro yo de que habla el griego/ y acechas desde siempre. En la tersura/ del agua incierta o del cristal que dura/ me buscas y es inútil estar ciego.// El hecho de no verte y de saberte/ te agrega horror, cosa de magia que osas/ multiplicar la cifra de las cosas// que somos y que abarcan nuestra suerte./ Cuando esté muerto, copiarás a otro/ y luego a otro, a otro, a otro, a otro…//

      El Hacedor


      Somos el río que invocaste, Heráclito./ Somos el tiempo. Su intangible curso/ acarrea leones y montañas,/ llorado amor, ceniza del deleite,/ insidiosa esperanza interminable,/ vastos nombres de imperios que son polvo,/ hexámetros del griego y del romano,/ lóbrego un mar bajo el poder del alba,/ el sueño, ese pregusto de la muerte,/ las armas y el guerrero, monumentos,/ las dos caras de Jano que se ignoran,/ los laberintos de marfil que urden/ las piezas de ajedrez en el tablero,/ la roja mano de Macbeth que puede/ ensangrentar los mares, la secreta/ labor de los relojes en la sombra,/ un incesante espejo que se mira/ en otro espejo y nadie para verlos,/ láminas en acero, letra gótica,/ una barra de azufre en un armario,/ pesadas campanadas del insomnio,/ auroras, ponientes y crepúsculos,/ ecos, resaca, arena, liquen, sueños.// Otra cosa no soy que esas imágenes/ que baraja el azar y nombra el tedio./ Con ellas, aunque ciego y quebrantado,/ he de labrar el verso incorruptible/ y (es mi deber) salvarme.//

      Límites


      De estas calles que ahondan el poniente,/ una habrá (no sé cuál) que he recorrido/ ya por última vez, indiferente/ y sin adivinarlo, sometido// a Quién prefija omnipotentes normas/ y una secreta y rígida medida/ a las sombras, los sueños y las formas/ que destejen y tejen esta vida.// Si para todo hay término y hay tasa/ y última vez y nunca más y olvido/ ¿quién nos dirá de quién, en esta casa,/ sin saberlo nos hemos despedido?// Tras el cristal ya gris la noche cesa/ y del alto de libros que una trunca/ sombra dilata por la vaga mesa,/ alguno habrá que no leeremos nunca.// Hay en el Sur más de un portón gastado/ con sus jarrones de mampostería/ y tunas, que a mi paso está vedado/ como si fuera una litografía.// Para siempre cerraste alguna puerta/ y hay un espejo que te aguarda en vano;/ la encrucijada te parece abierta/ y la vigila, cuadrifronte, Jano.// Hay, entre todas tus memorias, una/ que se ha perdido irreparablemente;/ no te verán bajar a aquella fuente/ ni el blanco sol ni la amarilla luna.// No volverá tu voz a lo que el persa/ dijo en su lengua de aves y de rosas,/ cuando el ocaso, ante la luz dispersa,/ quieras decir inolvidables cosas.// ¿Y el incesante Ródano y el lago,/ todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?/ Tan perdido estará como Cartago/ que con fuego y con sal borró el latino.// Creo en el alba oír un atareado/ rumor de multitudes que se alejan;/ son los que me han querido y olvidado;/ espacio y tiempo y Borges ya me dejan.//

      Jorge Luis Borges -el eterno-

      A Perfect Day for Bananafish

      HERE WERE ninety-seven New York advertising men in the hotel, and, the way they were monopolizing the long-distance lines, the girl in 507 had to wait from noon till almost two-thirty to get her call through. She used the time, though. She read an article in a women's pocket-size magazine, called "Sex Is Fun-or Hell." She washed her comb and brush. She took the spot out of the skirt of her beige suit. She moved the button on her Saks blouse. She tweezed out two freshly surfaced hairs in her mole. When the operator finally rang her room, she was sitting on the window seat and had almost finished putting lacquer on the nails of her left hand. She was a girl who for a ringing phone dropped exactly nothing. She looked as if her phone had been ringing continually ever since she had reached puberty. With her little lacquer brush, while the phone was ringing, she went over the nail of her little finger, accentuating the line of the moon. She then replaced the cap on the bottle of lacquer and, standing up, passed her left--the wet--hand back and forth through the air. With her dry hand, she picked up a congested ashtray from the window seat and carried it with her over to the night table, on which the phone stood. She sat down on one of the made-up twin beds and--it was the fifth or sixth ring--picked up the phone. "Hello," she said, keeping the fingers of her left hand outstretched and away from her white silk dressing gown, which was all that she was wearing, except mules--her rings were in the bathroom. "I have your call to New York now, Mrs. Glass," the operator said. "Thank you," said the girl, and made room on the night table for the ashtray. A woman's voice came through. "Muriel? Is that you?" The girl turned the receiver slightly away from her ear. "Yes, Mother. How are you?" she said. "I've been worried to death about you. Why haven't you phoned? Are you all right?" "I tried to get you last night and the night before. The phone here's been--" "Are you all right, Muriel?" The girl increased the angle between the receiver and her ear. "I'm fine. I'm hot. This is the hottest day they've had in Florida in--" "Why haven't you called me? I've been worried to--" "Mother, darling, don't yell at me. I can hear you beautifully," said the girl. "I called you twice last night. Once just after--" "I told your father you'd probably call last night. But, no, he had to-Are you all right, Muriel? Tell me the truth." "I'm fine. Stop asking me that, please." "When did you get there?" "I don't know. Wednesday morning, early." "Who drove?" "He did," said the girl. "And don't get excited. He drove very nicely. I was amazed." "He drove? Muriel, you gave me your word of--" "Mother," the girl interrupted, "I just told you. He drove very nicely. Under fifty the whole way, as a matter of fact." "Did he try any of that funny business with the trees?" "I said he drove very nicely, Mother. Now, please. I asked him to stay close to the white line, and all, and he knew what I meant, and he did. He was even trying not to look at the trees-you could tell. Did Daddy get the car fixed, incidentally?" "Not yet. They want four hundred dollars, just to--" "Mother, Seymour told Daddy that he'd pay for it. There's no reason for--" "Well, we'll see. How did he behave--in the car and all?" "All right," said the girl. "Did he keep calling you that awful--" "No. He has something new now." "What?" "Oh, what's the difference, Mother?" "Muriel, I want to know. Your father--" "All right, all right. He calls me Miss Spiritual Tramp of 1948," the girl said, and giggled. "It isn't funny, Muriel. It isn't funny at all. It's horrible. It's sad, actually. When I think how--" "Mother," the girl interrupted, "listen to me. You remember that book he sent me from Germany? You know--those German poems. What'd I do with it? I've been racking my--" "You have it." "Are you sure?" said the girl. "Certainly. That is, I have it. It's in Freddy's room. You left it here and I didn't have room for it in the--Why? Does he want it?" "No. Only, he asked me about it, when we were driving down. He wanted to know if I'd read it." "It was in German!" "Yes, dear. That doesn't make any difference," said the girl, crossing her legs. "He said that the poems happen to be written by the only great poet of the century. He said I should've bought a translation or something. Or learned the language, if you please." "Awful. Awful. It's sad, actually, is what it is. Your father said last night--" "Just a second, Mother," the girl said. She went over to the window seat for her cigarettes, lit one, and returned to her seat on the bed. "Mother?" she said, exhaling smoke. "Muriel. Now, listen to me." "I'm listening." "Your father talked to Dr. Sivetski." "Oh?" said the girl. "He told him everything. At least, he said he did--you know your father. The trees. That business with the window. Those horrible things he said to Granny about her plans for passing away. What he did with all those lovely pictures from Bermuda--everything." "Well?" said the girl. "Well. In the first place, he said it was a perfect crime the Army released him from the hospital--my word of honor. He very definitely told your father there's a chance--a very great chance, he said--that Seymour may completely lose control of himself. My word of honor." "There's a psychiatrist here at the hotel," said the girl. "Who? What's his name?" "I don't know. Rieser or something. He's supposed to be very good." "Never heard of him." "Well, he's supposed to be very good, anyway." "Muriel, don't be fresh, please. We're very worried about you. Your father wanted to wire you last night to come home, as a matter of f--" "I'm not coming home right now, Mother. So relax." "Muriel. My word of honor. Dr. Sivetski said Seymour may completely lose contr--" "I just got here, Mother. This is the first vacation I've had in years, and I'm not going to just pack everything and come home," said the girl. "I couldn't travel now anyway. I'm so sunburned I can hardly move." "You're badly sunburned? Didn't you use that jar of Bronze I put in your bag? I put it right--" "I used it. I'm burned anyway." "That's terrible. Where are you burned?" "All over, dear, all over." "That's terrible." "I'll live." "Tell me, did you talk to this psychiatrist?" "Well, sort of," said the girl. "What'd he say? Where was Seymour when you talked to him?" "In the Ocean Room, playing the piano. He's played the piano both nights we've been here." "Well, what'd he say?" "Oh, nothing much. He spoke to me first. I was sitting next to him at Bingo last night, and he asked me if that wasn't my husband playing the piano in the other room. I said yes, it was, and he asked me if Seymour's been sick or something. So I said--" "Why'd he ask that?" "I don't know, Mother. I guess because he's so pale and all," said the girl. "Anyway, after Bingo he and his wife asked me if I wouldn't like to join them for a drink. So I did. His wife was horrible. You remember that awful dinner dress we saw in Bonwit's window? The one you said you'd have to have a tiny, tiny--" "The green?" "She had it on. And all hips. She kept asking me if Seymour's related to that Suzanne Glass that has that place on Madison Avenue--the millinery." "What'd he say, though? The doctor." "Oh. Well, nothing much, really. I mean we were in the bar and all. It was terribly noisy." "Yes, but did--did you tell him what he tried to do with Granny's chair?" "No, Mother. I didn't go into details very much," said the girl. "I'll probably get a chance to talk to him again. He's in the bar all day long." "Did he say he thought there was a chance he might get--you know--funny or anything? Do something to you!" "Not exactly," said the girl. "He had to have more facts, Mother. They have to know about your childhood--all that stuff. I told you, we could hardly talk, it was so noisy in there." "Well. How's your blue coat?" "All right. I had some of the padding taken out." "How are the clothes this year?" "Terrible. But out of this world. You see sequins--everything," said the girl. "How's your room?" "All right. Just all right, though. We couldn't get the room we had before the war," said the girl. "The people are awful this year. You should see what sits next to us in the dining room. At the next table. They look as if they drove down in a truck." "Well, it's that way all over. How's your ballerina?" "It's too long. I told you it was too long." "Muriel, I'm only going to ask you once more--are you really all right?" "Yes, Mother," said the girl. "For the ninetieth time." "And you don't want to come home?" "No, Mother." "Your father said last night that he'd be more than willing to pay for it if you'd go away someplace by yourself and think things over. You could take a lovely cruise. We both thought--" "No, thanks," said the girl, and uncrossed her legs. "Mother, this call is costing a for--" "When I think of how you waited for that boy all through the war-I mean when you think of all those crazy little wives who--" "Mother," said the girl, "we'd better hang up. Seymour may come in any minute." "Where is he?" "On the beach." "On the beach? By himself? Does he behave himself on the beach?" "Mother," said the girl, "you talk about him as though he were a raving maniac--" "I said nothing of the kind, Muriel." "Well, you sound that way. I mean all he does is lie there. He won't take his bathrobe off." "He won't take his bathrobe off? Why not?" "I don't know. I guess because he's so pale." "My goodness, he needs the sun. Can't you make him? "You know Seymour," said the girl, and crossed her legs again. "He says he doesn't want a lot of fools looking at his tattoo." "He doesn't have any tattoo! Did he get one in the Army?" "No, Mother. No, dear," said the girl, and stood up. "Listen, I'll call you tomorrow, maybe." "Muriel. Now, listen to me." "Yes, Mother," said the girl, putting her weight on her right leg. "Call me the instant he does, or says, anything at all funny--you know what I mean. Do you hear me?" "Mother, I'm not afraid of Seymour." "Muriel, I want you to promise me." "All right, I promise. Goodbye, Mother," said the girl. "My love to Daddy." She hung up.

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      --Cuento en español--(recomiendo en Inglés)

      J.D Salinger **IMPRESIONANTE**

      La Despensa del Diablo

      En nuestro pueblo a orillas del estuario, donde escupir esta tan común como pescar, celebrábamos los cumpleaños de los niños con una linda costumbre. No soplábamos las velitas de la torta. En cambio, una vez que terminabamos de comer en las mesas sostenidas por caballetes, bajo los frondosos tarbonios, escupíamos el año pasado, con sus desiluciones y fracasos, con las mentiras que contamos, con las peleas y crueldades. Expulsábamos todos nuestros vicios, errores y fechorías para poder empezar el nuevo año entrante.
      Sólo necesitabamos un racimo de uvas. Rodeados de los vecinos y la familia, de tus compañeros de clase y de los amigos de tus padres, tenías que comer una uva por cada año de tu vida. Debías rasgar y comer la pulpa reteniendo las semillas. no era fácil.si tragabas una, tragabas la maldad del año pasado. Guardábas las semillas en un rincón de la boca o la amontonabas entre los dientes o en el labio superior. Un niño de dos años-y por ende relativamente libre de pecados- solo tendría que guardar, digamos, siete semillas dentro de su tierna boquita. Un muchacho de quince- un bribón, que abusa sexualmente de sí mismo, además de dormir todo el día, como se imaginarán - debería zamparse, digamos treinta semillas o más. Naturalmente habia muchas risas y algunas cosquillas que complicaban más aún la tarea.
      Para cuando el homenajeado comía la última uva, los invitados de la fiesta habían formado un círculo y gritaban tomados de la mano alrededor de él. Todos empezaban una cuenta regresiva en voz alta: diez, nueve, ocho... Y al grito de "¡ya!" tenías que escupir las semillas de golpe. Rociabas todo el círculo danzante con tus pecados silíceos, salivosos. Ser alcanzado por las semillas era una bendición, un honor. El nuestro, como ya he dicho, era un pueblo acostumbrado a escupir y a dejar todos sus errores y ofensas en el pasado.
      A decir verdad, hoy cumplo veintisiete años. No tengo el coraje de llamar a casa. Esta noche saldré a celebrar con amigos. Pero esta tarde, en mis horas libres, recorrí la feria callejera que hay debajo de mi pequeño departamento porque quería darme algunos gustos. Un libro, el último CD de Bosse y un racimo de uvas de la región. Uvas negras. En esta época de supermercados son las únicas que tienen semillas.
      Como todo hombre que siente culpa por haber abandonado el hogar y la familia, soy un sentimental. Puse el CD en el estéreo y seleccioné una canción romántica. Aplasté mis veintisiete uvas con los dientes, lleno de añoranza, y acumulé la sesenta semilla contra el blando interior de mi boca. No disponía de testigos danzantes, naturalmente. Yo mismo conté diez hasta uno, silenciosamente, casi sin atreverme a mover los labios. Luego parado frente a la ventana abierta, eché hacia atrás la cabeza y escupí mis desiluciones hacia la calle. antes que pudiera asomarme, oí el repiquteo de mis veintisiete años sobre los parabrisas y los techos de los autos que pasaban. en ese mismo instante alcancé a ver una sombreda extensión de agua en las afueras de la ciudad, un grupo de árboles, mesas abandonadas, y mis amigos ya casi olvidados que giraban sonrientes, sonrientes, formando una ronda en cuyo centro no había nadie que expulsara sobre ellos, la absolución de los años vivídos.


      Jim Crace

      La Sueñera

      Estoy bien despierta por ahora, acostada en el borde de un sueño hondo. El fondo no se ve. El agua es viscosa y corrupta. A veces, salen monstruos. Sin embarho, no me asusto. En la vigilia estoy seca y segura: un pañazo bien dado y zácate, monstruo al agua. Lástima que con tanto ajetreo no voy a poder dormirme nunca.
      ***

      No se preocupe, me dicen. Cuando se despierte no se va a acordar de nada. Cuando me despierto, en efecto, no me acuerdo de nada. Recuento mis órganos nternos, compruebo mis sentidos y todo parece estar en orden. sin embargo. sé que me falta algo. Eso me pasa por dormir demasiado pienso: uno se despierta con dolor de cabeza )la circatriz es invisible. Para ser tan chiquititos, tienen muy buenos cirujanos)
      ***

      Si un inglés que conozco pero no reconozco azuza sus abedules contra mí y enarbolando un gimnoto palpitante intenta amonestarme, no me amilano. En pocas palabras lo mando al infierno en su lengua de origen. Una persona culta como yo es capaz de soñar en tres idiomas.
      ***

      No reconozco el paisaje. La gente es amable pero distraída. En la ciudad oscura me encuentro perdida. La guía Peuser no me ayuda de nada. Más vale que se despierte. me dice una voz malhumorada- Este sueño no es el siyp- En vez de despertarme me duermo más profundo. ¡Qué soñante yan poco hospitalario!
      ***

      Los objetos no siempre resultan amenazadoras. A veces, incluso son amables. Los fomingos a la mañana, sin ir más lejos, la mesita de luz me atrae el desayuno a la cama.
      ***

      El sector de mis sueños está bien protegido. Doble cerca de alambres de púa, dragones con cola de perro, centinelas armados. sin mi permido no dejan entrar a nadie. A mí, en cambio, me meten a la fuerza.
      ***

      Despiertese, que es tarde, me grita desde la puerta un hombre extraño. Despiértese usted, que buena falta le hace, le contesto yo. Pero el muy obstinado me sigue soñando.
      ***

      Habéis desobedecido mi orden, dijo el Señor a Adán y Eva. Y sin darles otra oportunidad, los despertó de golpe.
      ***

      Un hombre sueña que ama a una mujer. La mujer huye. El hombre envia en su persecución los perros del deseo. La mujer cruza un puente sobre un río, atraviesa un muro, se eleva sobre unas montañas. Los perros atraviesan el río a nado, saltan el muro y al pié de la montaña se detienen jadeando.El hombre sabe, en su sueño. que jamás en su sueño podrá alcanzarla. cuando se despierta, la mujer está al lado y el hombre descubre, decepcionado, que ya es suya.
      ***

      He tenido pesadillas e latex. He sufrido pesadillas de plumas. Sé que ninguna almohada garantiza la calidad de los sueños.
      ***

      No se culpe al paisaje: que los túneles son frecuentes, es cosa bien sabida. Soy yo la que no siempre se duerme topo.
      ***

      Varias horas permanecí con el termómetro bajo la axila, hasta empezar a sentir los primeros movimientos. Al fin, abrí el brazo suavemente para sacar los restos de ampolla rota y deja que los nuevos termometritos se attastraran hasta mi hombro. Incliné la cabeza hacia ellos: en su dulce media lengua de mercurio me llamaban "mamá"
      ***

      Con un correctísimo conjuro invoco a Sataás. Sin mbarg, debo resignarme a conversar con su secretario. Mi señor es ubicuo y omnisciente, anuncia con solemnidad. Perpo me entrega una solicitud para llenar por triplicado. Decididamente la burocracia es un infierno.
      ***

      Duplicar el capital frente a un espejo ¿especular?
      ***

      Ante todo, alejar a los insectos de los guerreros orientales. Peligrosísimo un cienmpiés entrenado, por ejemplo, en la técnica marcial de las patadas voladoras.
      ***

      Peor, mucho peor que perderse (y tan sedientos) en el desierto de una página en blanco: caer en el hondo pozo oasis de una o.
      ***

      Dícese que los machos cabríos adoptan a veces la forma de demonios para darse aires y confundir a los hombres. Vender el alma al diablo es entregarse a un horror irreversible. Vendérsela a un chivo cualquiera es incurrir en una papelón eterno.
      ***

      Con las manchas rebeldes, mano dura. Mediante grupos comando, especializados en el asesinato político, liquidar en primer lugar lugar a sus jefes. Desaparecidos los cabecillas, será más fácil someter a las demás, forzarlas a la obediencia más completa, convertirlas en manchas definitivamente leales. En ese punto, ya ni siquiera será necesario eliminarlas.
      ***

      Porque mi mano derecha escandaliza, la corto y la arrojo fuera de mí. Ella camina muy oronda sobre sus cinco patitas por toda la casa y, lo que es más grave aún, sigue escandalizando.
      ***

      Obsesiones sin patas se arrastran por mis circunvalaciones-sus meandros-. Hacen crisálidas en el lecho de neuronas con resultados alados y asombrosos que algunos llaman sueños.
      ***

      Hay un lado éste, hay un lado otro, hay una permeable membrana que los une o separa y yo aquí, en ósmosis constante del lado este al lado otro, tras-pasada de lado a lado en el pasaje, en el pasar, en el definitivo ¿despertar?
      ***

      Para que crezcan bien no basta con regarlas todos los días: hay que darles cariño, hablarles mucho, acariciarles la cabeza y las manos, decía el potus a los helechos, mirándonos con orgullo.
      ***

      Durante cien años durmió la Bella, Un año tardó en desperezarse tras el beso apasionado de su príncipe. Dos años le llevó vestirse y cinco el desayuno. Todo lo había soportado sin quejas su real esposo hasta el momento terrible en que, después de catorce años de almuerzo, llegó la hora de la siesta.
      ***

      Los niños se resisten al sueño porque recuerdan con exesiva precisión la calidad de la ausencia inimaginable desde la que han llegado. sólo el tiempo, el despertador y el olvido podrán obligarnos a disfrutar del sueño, de la nada.
      ***

      Esperaba encontrarte pero no así, como decirte, no con esos ojos, no con esa corbata, no con ese nombre, no con ese tenedor, no con esos dientes, no yo así, tan emperejilada, tan tentadora, tan en mitad de plato, tan tostada.
      ***

      Yo a las redundancias no les temo. Me quito los zapatos claveteados, inútiles en terrenos pedregosos, y con zapatillas de goma las pateo, hasta reducirlas en meras aliteraciones redondas, goleadoras. son recursos que una tiene: recursos literarios.
      ***

      Mi mamita es una rosa, mi papito es un clavel. De esa unión imposible, condenada por todos, nací yo, pobre injerto híbrido y estéril, destinada a terminar mis días en cualquier florero de mal gusto.
      ***

      No puedo golpearlo: su daño afectaría mi suerte. No puedo ponerlo en penitencia contra la pared: entre nosotros, una acción semejante solo se tolera ante la muerte. Cómo entonces castigar al espejo por haberse atrevido a reflejar mi otro cuerpo, la manos visible de mis caras.
      ***

      Toda bruja tiene su escoba o la desea
      ***

      Detrás de una puerta cerrada es posible encontrar los más inverosímiles horrores y también extraordinarias formas de la felicidad. Cuando la puerta se abre, el número de posibilidades, que era infinito, se reduce a uno y entramos, por ejemplo, en un baño (es lo más común) o en nuestro propio dormitorio. Y cómo porbar que esa realidad que se alza sólidamente ante nuestros ojos, es la misma que nos aguardaba, agazapada, cuando estábamos tan cerca pero fuera de ella, detrás de esa puerta que volveremos a cerrar al salir para permitir una vez más el auge y la decadencia de los innumerables universos.
      ***

      Entre las formas de suicidio: retroceder en el tiempo hasta el momento de su propia concepción, impedirla.
      ***

      La vida en una pecera no es mala. Estoy a salvo de los tiburones y no tengo que preocuparme por el alimento, hay plantas y la temperatura del agua es agradable. Los domingos me dan palmitos con salsa golf y suprema Maryland y hasta me han prometido una operación que abrirían agallas en mi cuello para no tener que estar siempre así, con la cabeza levantada.
      ***

      Mientras el escultor la abraza tratando de infundirle su aliento vital, la estatua sonríe impasible, admirando con un poco de asombro la perfección del escultor, su obra.
      ***

      Para atraerlos, no hay como descubrir ocultando. Un poco de orégano por aquí, y por allá y aros de cebolla en los lóbulos de las orejas para disimular los anzuelos. Cuando hay cardumen, mantenga la calma: no es conveniente atrapar más hombres de los que puede consumir en un invierno. La primavera los vuelve flacos y tornadizos, toman un fuerte sabor acidulado y su conservación resulta problemática.
      ***

      Todos los patitos se fueron a bañar y el más chiquitito se quiso quedar. El sabía por qué: el compuesto químico que había arrojado horas antes en el agua del estanque dio el resultado previsto. Mamá Pata no volvió a pegarle: a un hijo repentinamente único se lo trata - es natural - con cierto miramientos.

      Ana Marí­a Shua

      Encargo

      No me des tregua, no me perdones nunca/ Hostígame en la sangre, que cada cosa cruel sea tú que vuelves/ ¡No me dejes dormir, no me des paz!/ Entonces ganaré mi reino / naceré lentamente./ No me pierdas como una música fácil, no seas caricia ni guante;/ tállame como un sílex, desespérame./ Guarda tu amor humano, tu sonrisa, tu pelo. Dálos./ Ven a mí con tu cólera seca de fósforo y escamas./ Grita. Vomítame arena en la boca, rómpeme las fauces./ No me importa ignorarte en pleno día,/ saber que juegas cara al sol y al hombre./ Compártelo./
      Yo te pido la cruel ceremonia del tajo,/ lo que nadie te pide: las espinas/ hasta el hueso. Arráncame esta cara infame,/ oblígame a gritar al fin mi verdadero nombre./ París, 1951/1952

      **seguimos con Julito**



      Historias de Cronopios y de Famas


      Conservación de recuerdos
      Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: "Excursión a Quilmes", o: "Frank Sinatra".
      Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: "No vayas a lastimarte", y también: "Cuidado con los escalones". Es por eso que las casas de los famas son ordenadas y silenciosas, mientras que en las de los cronopios hay gran bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan siempres de los cronopios, y los famas mueven la cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas en su sitio.

      Julio Cortázar


      **Con este maravillos autor, uno siempre se quedará corto de citas** !LEANLO TODO!

      Historias de Cronopios y de Famas


      Conservación de recuerdos
      Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: "Excursión a Quilmes", o: "Frank Sinatra".
      Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: "No vayas a lastimarte", y también: "Cuidado con los escalones". Es por eso que las casas de los famas son ordenadas y silenciosas, mientras que en las de los cronopios hay gran bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan siempres de los cronopios, y los famas mueven la cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas en su sitio.

      Julio Cortázar


      **Con este maravillos autor, uno siempre se quedará corto de citas** !LEANLO TODO!

      Historias de Cronopios y de Famas


      Alegría de un cronopio
      Encuentro de un cronopio y un fama en la liquidación de la tienda La Mondiale.

      -Buenas tardes, fama. Tregua catala espera.
      -Cronopio cronopio?
      -Cronopio cronopio.
      -Hilo?
      -Dos, pero uno azul.

      El fama considera al cronopio. Nunca hablará hasta no saber que sus palabras son las que convienen, temeroso de que las esperanzas siempre alertas no se deslicen en el aire, esos microbios relucientes, y por una palabra equivocada invadan el corazón bondadoso del cronopio.
      -Afuera llueve- dice el cronopio. Todo el cielo.
      -No te preocupes- dice el fama. Iremos en mi automóvil. Para proteger los hilos.

      Y mira el aire, pero no ve ninguna esperanza, y suspira satisfecho. Además le gusta observar la conmovedora alegría del cronopio, que sostiene contra su pecho los hilos -uno azul- y espera ansioso que el fama lo invite a subir a su automóvil.

      Julio Cortázar


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      Historias de Cronopios y de Famas


      Maravillosas Ocupaciones


      Qué maravillosa ocupación cortarle la pata a una araña, ponerla en un sobre, escribir Señor Ministro de Relaciones Exteriores, agregar la dirección, bajar a saltos la escalera, despachar la carta en el correo de la esquina.
      Qué maravillosa ocupación ir andando por el bulevar Arago contando los árboles, y cada cinco castaños detenerse un momento sobre un solo pie y esperar que alguien mire, y entonces soltar un grito seco y breve, girar como una peonza, con los brazos bien abiertos, idéntico al ave cakuy que se duele en los árboles del norte argentino.
      Qué maravillosa ocupación entrar en un café y pedir azúcar, otra vez azúcar, tres o cuatro veces azúcar, e ir formando un montón en el centro de la mesa, mientras crece la ira en los mostradores y debajo de los delantales blancos, y exactamente en medio del montón de azúcar escupir suavemente, y seguir el descenso del pequeño glaciar de saliva, oír el ruido de piedras rotas que lo acompaña y que nace en las gargantas contraídas de cinco parroquianos y del patrón, hombre honesto a sus horas.
      Qué maravillosa ocupación tomar el ómnibus, bajarse delante del Ministerio, abrirse paso a golpes de sobres con sellos, dejar atrás al último secretario y entrar, firme y serio, en el gran despacho de espejos, exactamente en el momento en que un ujier vestido de azul entrega al Ministro una carta, y verlo abrir el sobre con una plegadera de origen histórico, meter dos dedos delicados y retirar la pata de araña, quedarse mirándola, y entonces imitar el zumbido de una mosca y ver cómo el Ministro palidece, quiere tirar la pata pero no puede, está atrapado por la pata, y darle la espalda y salir, silbando, anunciando en los pasillos la renuncia del Ministro, y saber que al día siguiente entrarán las tropas enemigas y todo se irá al diablo y será un jueves de un mes impar de un año bisiesto.

      Julio Cortázar


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      Niebla


      Por debajo de esta corriente de nuestra existencia, por dentro de ella, hay otra corriente en sentido contrario: aqui vamos del ayer al mañana, allí se va del mañana al ayer(...)
      (...)Y ahora me brillan en el cielo de mi soledad los dos ojos de Eugenia. Me brillan con el resplandor de las lágrimas de mi madre. Y me hace creer que existo, ¡dulce ilusión! ¡Amo, ergo sum! Este amor, Orfeo, es como lluvia bienhechora en que se deshace y concreta la niebla de la existencia. Gracias al amor siento al alma de bulto, la toco. Empieza a dolerme en su cogollo mismo el alma, gracias al amor. ¿Qué es sino amor, sino dolor encarnado?
      Vienen los días y van los días y el amor queda. Allá dentro, muy dentro, en las entrañas de las cosas, se rozan, se friegan la corriente de este mundo con la contraria corriente del otro, y de este roce y friega viene el más triste y dulce de los dolores: el de vivir (..)"

      Miguel de Unamuno


      Soneto XVII


      No te amo como si fueras rosa de sal, topacio/ o flecha de claveles que propagan el fuego:/ te amo como se aman ciertas cosas oscuras,/ secretamente, entre la sombra y el alma./
      Te amo como la planta que no florece y lleva/ dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores,/ y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo/ el apretado aroma que ascendió de la tierra./
      Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde,/ te amo directamente sin problemas ni orgullo:/ así te amo porque no sé amar de otra manera,/ sino así de este modo en que no soy ni eres,/ tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,/ tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño./

      Pablo Neruda


      La Náusea


      “Éramos un montón de existencias incómodas, embarazadas por nosotros mismos; no teníamos la menor razón de estar allí, ni unos ni otros; cada uno de los existentes, confuso, vagamente inquieto, se sentía de más con respecto a los otros. De más: fue la única relación que pude establecer entre los árboles, las verjas, los guijarros....Y yo –flojo, lánguido, obsceno, dirigiendo, removiendo melancólicos pensamientos–, también yo estaba de más. Afortunadamente no lo sentía, más bien lo comprendía, pero estaba incómodo porque me daba miedo sentirlo (todavía tengo miedo, miedo de que me atrape por la nuca y me levante como una ola). Soñaba vagamente en suprimirme, para destruir por lo menos una de esas existencias superfluas. Pero mi misma muerte habría estado de más. De más mi cadáver, mi sangre en esos guijarros, entre esas plantas, en el fondo de ese jardín sonriente. Y la carne carcomida hubiera estado de más en la tierra que la recibiese; y mis huesos, al fin limpios, descortezados, aseados y netos como dientes, todavía hubieran estado de más; yo estaba de más para toda la eternidad.”
      “Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente; los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible deducirlos. Creo que hay quienes han comprendido esto. Solo que han intentado superar esta contingencia inventando un ser necesario y causa de sí. Pero ningún ser necesario puede explicar la existencia; la contingencia no es una máscara, una apariencia que puede disiparse; es lo absoluto, en consecuencia, la gratuidad perfecta. Todo es gratuito: ese jardín, esta ciudad, yo mismo.”

      Jean Paul Sartre


      La insoportable levedad del ser


      "No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. Pero ¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es la ya la vida misma? Por eso la vida parece un boceto. Pero ni siquiera boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto de nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro. -Einmal ist keinmal- repite Tomás para sí (...)Lo que sólo ocurre una vez es como si no ocurriera nunca. Si el hombre sólo puede vivir una vida es como no viviera en absoluto."

      Milán Kundera


      No te Salves


      No te quedes inmóvil al borde del camino/ no congeles el júbilo/ no quieras con desgana/ no te salves ahora/ ni nunca./
      No te salves/ no te llenes de calma/ no reserves del mundo/ sólo un rincón tranquilo/ no dejes caer lo párpados/ pesados como juicios/ no te quedes sin labios/ no te duermas sin sueño/ no te pienses sin sangre/ no te juzgues sin tiempo./
      Pero si/ pese a todo/ no puedes evitarlo/ y congelas el jubilo/ y quieres con desgana/ y te salvas ahora/ y te llenas de calma/ y reservas del mundo/ sólo un rincón tranquilo/ y dejas caer los párpados/ pesados como juicios/ y te secas sin labios/ y te duermes sin sueño/ y te piensas sin sangre/ y te juzgas sin tiempo/ y te quedas inmóvil/ al borde del camino/ y te salvas/ entonces/ no te quedes conmigo/

      Mario Benedetti


      Lo Fatal

      DICHOSO el árbol, que es apenas sensitivo,/ y más la piedra dura porque esa ya no siente,/ pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo/ ni mayor pesadumbre que la vida consciente./
      Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,/ y el temor de haber sido y un futuro terror.../ ¡Y el espanto seguro de estar mañana muerto,/ y sufrir por la vida y por la sombra y por /
      lo que no conocemos y apenas sospechamos,/ y la carne que tienta con sus frescos racimos,/ y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos/ y no saber adónde vamos,/ ni de dónde venimos!... /

      Ruben Darío



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      última actualización: 20 de mayo 2010

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